
Por las noches se despierta el momento de la calma. Una copa de vino es siempre buena compañía, para encender ideas, para disfrutar de la música, una película, un libro o el silencio.
Si bien es mediodía, pleno domingo y sin una botella descorchada aún, en un céntrico barrio de Buenos Aires o en cualquier otra parte del planeta, un soltero y aficionado al vino y otras cuestiones gourmet como yo, se encuentra en plena tarea de orden, limpieza y puesta a punto del hogar.
La cocina muestra orgullosa mis cacerolas, mi colección de cuchillos prolijamente ordenados y colocados de mayor a menor en su iman de pared, y una habitual colección de botellas que se acumulan periódicamente con el paso de los días. Me gusta la idea de sacar las botellas vacias a la calle no de forma individual sino en cierto volumen respetable, para que los recicladores de primera mano las pongan en sus carros y les den un destino de sustentabilidad. Me importa el medio ambiente y sus frutos.
Siempre pienso lo mismo: debería sacar una foto a cada botella de vino tomada, para algun día hacer un blog o algo así. Bueno, llegó el momento.
Hoy me puse las pilas y decidí comenzar. Una verdadera excusa para compartir mis degustaciones, mis impresiones personales, la amistad, la buena vida -que puede ser bastante simple-, mis recetas y lo que vaya sucediendo entre copa y copa.